El poder, gangrena y vicia las relaciones; así lo hace el mercantilismo; de la misma manera, obran las religiones. Por tanto, no hablemos de libertad de expresión, cuando en verdad, psíquicamente, se tiene inmerso a la persona, en un miedo hasta de penar. Todas las acciones políticas, procuran buscar y asegurar niveles, lo más satisfactorios posibles, de bienestar económico a todo el conjunto sociatal; buscan un equilibrio de libertades ideológicas. Libertades, libertades, libertades; ¿Qué sucede con la igualdad?, ¿la igualdad es la cenicienta de éste macabro y embustero cuento de poderes? Podríamos hablar de falsas orientaciones que logran que en la actualidad, existan grandes tensiones entre igualdad, justicia y libertad. Parece que aún en nuestros días, no se quiere o no se pretende tener una idea clara de qué es lo que queremos exactamente. La explotación de las masas sociales que conforman la mayoría de la población mundial, no da resultado; es más, vemos como se comete alta traición, mientras se persista en esa actitud y a ese ritmo; porque, y digo yo, ¿de qué se trata cuando se menciona la palabra ciudadano soberano?, ¿trabajar para enriquecer a otros?, ¿soberanía es pagar, pagar, pagar?; ¿qué sucedería si la persona trabajara para la comunidad, como ya referimos anteriormente? No podemos continuar en la idea y en la práctica de empresa privada; porque al final, como ya viene sucediendo, querrá comerse también el espacio público, como ya viene sucediendo. Ni tampoco podemos continuar con el ejercicio impráctico de empresas y organismos públicos, porque devoran directamente al ciudadano, en vez de servirle. Si tuviéramos que hablar de empresa, la única salvable, debiera ser la familia. Piensen pues, en que el trabajar sea orientado hacia y para la comunidad; de esa manera, sacaremos a nuestras gentes de la explotación económica y de la sumisión y opresión de los poderes financieros y estatales. Esa fractura de espectros políticos crecientes, también va extendiéndose a una alarmante fracturación de los valores morales, como principios y cualidades vitales, que las personas sostenían y sobre los que se reflejaban los comportamientos de cada persona. La quiebra de valores es un hecho. Las identidades políticas se sostenían sobre pilares de fiel representación de todo un pueblo que amaba la libertad, la justicia, el orden y la seguridad; todo era un entrelazado de mismos principios e ideales que fomentaban la misma dignidad y sus relaciones cívicas. Pero se tergiversa de tal manera, ese compendio de valores políticos, donde la libertad se ve justificable a cualquier precio; sin reparar que se pueda estar confundiendo con la libertad errónea, que es cuando los principios de esos valores, no solo dejan de cumplirse, sino que se normaliza el delito de manera abierta. Si echamos mano a la rectitud y al orden, los mismos delincuentes de esas libertades erróneas, contribuyen a que estaríamos cayendo en la manera más justificable de una represión dictatorial. Es decir, no es la palabra libertad ni orden las maleables, sino el juego de incorrecciones al que se les somete, para defender intereses más bien oscuros. Así que la permisividad de lo incorrecto, abre puertas al delito, haciendo que éste sea protegido y justificado.
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